No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi un microscopio. Probablemente, en las clases de Ciencias Naturales durante los primeros cursos del bachillerato en el Colegio de San Ignacio en Barcelona.
Nuestro profesor, el inolvidable jesuita P. José María Llagostera, fue un extraordinario docente que supo transmitir a muchos de sus alumnos su pasión por la biología y que, de algún modo, despertaría nuestra vocación y marcaría nuestro destino. El laboratorio en el que hacíamos las prácticas se encontraba en las instalaciones del museo de Zoología y allí, rodeados por altas vitrinas y larguísimos anaqueles, donde se exponían disecados los más variopintos especímenes de aves y mamíferos, intentábamos, con mayor o menor fortuna, desentrañar los misterios de las células epidérmicas de la cebolla. Así, entre portas y cubres, pipetas, mecheros de alcohol, pinzas y azul de metileno –algunos tiñeron con mayor fortuna sus batas que los epitelios– pudimos asomarnos a la ventana indiscreta del microscopio para descubrir el significado de palabras como núcleo, citoplasma o mitosis, palabras que acabábamos de estrenar.
El invierno de 1971 trajo la terrible noticia del fallecimiento del P. Llagostera. Aún hoy recuerdo el silencio helado e incrédulo que se extendió por el aula cuando nos dijeron que había muerto. Pero él mantuvo su vocación docente y su cuerpo, entregado a la Facultad de Medicina, siguió enseñando en la sala de disección más allá de la muerte.
En 1981 empecé la carrera de Medicina, cursando la asignatura de Anatomía en la Facultad de Medicina de Bellaterra (UAB), departamento que dirigía entonces el Prof. Josep María Doménech Mateu, un médico brillante dedicado en cuerpo y alma a la docencia y a la investigación. Sus clases fueron siempre realmente magistrales, un prodigio de claridad. Era un placer escuchar sus lecciones de embriología. Hacia el final del curso, con el Prof. Doménech y los profesores adjuntos Drs. Josep Nebot y José Ramón Sañudo, fuimos a visitar a mi abuelo a su casa de Castelldefels, un pequeño chalet muy cerca de la playa. Nos invitó a pasear por su jardín, enseñándonos, orgulloso, los limoneros que tanto quería y que crecían junto a la tapia y, arrancando un limón, nos ofreció su aroma. Esa mañana tomé la última foto de mi abuelo, una imagen en la que se le ve feliz, rodeado por una nueva y brillante generación de anatomistas.
Algunos años después, durante mi residencia en el Servicio de Urología del Hospital Clínic, del que mi padre era catedrático, tuve la oportunidad de adentrarme en la biografía y en los trabajos científicos de mi abuelo Salvador a través de sus libros y publicaciones.
Cuando en el verano de 1928 tomó posesión de la cátedra de Anatomía Humana de la Universidad de Barcelona se le encargó, también, la dirección de la Clínica de Urología del Hospital Clínico y Provincial. De este modo, su sólida formación como morfólogo en una ciencia anatómica que, más allá del ámbito descriptivo, iba incorporando el concepto de función, le permitió abordar la Urología desde una nueva perspectiva.
A Salvador no le bastaba con ser un buen clínico y un hábil cirujano. Percibía la necesidad de corregir los errores que, mediado el siglo XX, todavía persistían en la anatomía topográfica de la región urogenital. Sabe que sólo así se pueden llegar a comprender tanto los procesos patológicos como los aspectos fisiológicos de la micción y de la eyaculación. Era consciente de que sólo una Urología construida sobre sólidos fundamentos anatómicos sería capaz de conseguir una cirugía eficaz y poco agresiva, en sus palabras: «elevando la terapéutica quirúrgica al rango de verdadera ciencia».
Trabajador incansable y tenaz, pasaba largas horas en la sala de disección, una labor que luego completaría con interminables sesiones de observación de los cortes histotopográficos a través del microscopio. Como resultado de este ingente esfuerzo describirá con suma precisión la arquitectura de la musculatura vesico-prostato-uretral, así como la anatomía de la pelvis y del periné, trabajo que completaría con un estudio exhaustivo del plexo neurovegetativo pelviano y su relación con los mecanismos de la erección y de la continencia urinaria. Planteó, por primera vez, el concepto de anatomía regional de la glándula prostática, estableciendo una dualidad funcional y patológica –hiperplasia benigna y cáncer–.
Entre 1945 y 1955 publicó Patología Urogenital, un extenso tratado en tres volúmenes sobre la embriología, anatomía y biología de la glándula prostática, su patología y terapéutica. En 1968 vio la uz su último libro Morphology and Function of Vesico-Prostato-Urethral Musculature, una recopilación de sus investigaciones morfofisiológicas sobre la encrucijada urogenital y un libro que sería una pieza clave para dar a conocer sus investigaciones en el mundo anglosajón.
En la ilustración de estas obras contó con la colaboración de dos magníficos dibujantes profesionales, F. Nuñez y Rafael Alemany en la anatomía topográfica y patológica y en la técnica quirúrgica. Para el dibujo de las preparaciones microscópicas tuvo la inestimable ayuda de los alumnos internos de segundo curso del Departamento de Anatomía. Desgraciadamente, en los años 80 las obras de remodelación que sufrió la Facultad de Medicina y el desprecio hacia su legado histórico dispersaron y destruyeron gran parte de esta obra gráfica.
Por fortuna, mi padre conservaba algunas viejas carpetas en su despacho y cuando vi los primeros dibujos, unos cortes histopográficos dibujados con tinta china sobre papel, comprendí que era mi deber recuperar, restaurar y catalogar todo ese material prodigioso en homenaje a mi abuelo y a los artistas que lo hicieron posible. Por otro lado, se trataba de una oportunidad única para explicar la labor científica y didáctica de Salvador Gil Vernet a través de la ilustración médica.
No fue una tarea fácil. Las láminas apenas tenían referencias ni leyendas. Hubo que estudiarlas detenidamente para poder clasificarlas e investigar dónde y cuándo podían haber sido publicadas. Queríamos conocer qué técnicas habían sido utilizadas y desentrañar la pequeña historia que se encontraba detrás de cada dibujo. Y que los dibujos, a su vez, fueran cronistas de una época que vio el nacimiento de la Urología moderna.
Por suerte, pudimos encontrar las cajas de madera que conservaban, bien ordenadas y con el olor inconfundible del bálsamo del Canadá, las preparaciones de anatomía microscópica – los cortes histotopográficos –. Este nuevo material fue de gran ayuda para poder catalogar los dibujos y comprobar la singular precisión y pericia de los dibujantes.
Lentamente fueron encajando todas las piezas del rompecabezas y la Colección Salvador Gil Vernet de Dibujos Urológicos fue tomando forma. En el año 2009, con motivo del IX International Congress of Andrology, celebrado en Barcelona, organizamos la primera exposición de la colección, con una buena acogida por parte de los colegas.
Poco a poco las ilustraciones adquieren verdadero protagonismo y empiezan a tener voz propia. Algunas llevan la marca de las chinchetas que utilizaron para exponerlas en algún congreso. Otras están inacabadas y permiten ver los trazos originales en lápiz, líneas que luego desaparecerían bajo el peso de la tinta.
En el año 2011, cuando estaba en mi despacho intentando ordenar algunas láminas de anatomía microscópica, entra una joven aquejada por un cólico nefrítico. Es Ohiana Iturbide. Por un momento parece dejar a un lado el dolor, cautivada por unos dibujos en los que sólo ve unas sorprendentes y enigmáticas líneas. Todavía no lo sabe, pero a raíz de ese encuentro va a sacar fuerzas de flaqueza para estudiar Biología y fundar una editorial, Next Door Publishers.
La tarea de publicar un libro en el que la obra gráfica fuera el hilo conductor para comprender la Urología de Salvador Gil Vernet no era una empresa fácil, pero la generosidad y el entusiasmo de Oihana y de su equipo editorial parecía no tener límites. Tuvimos que indagar en la biografía de los ilustradores médicos profesionales, conocer sus técnicas de dibujo y hablar con dos médicos octogenarios que fueron alumnos internos de mi abuelo para que nos explicaran el ambiente que se respiraba en el laboratorio de Uroanatomía. Por suerte, encontramos el microtomo gigante Sartorius que, desaparecido de la Facultad de Medicina, apareció en la de Biología. Con él pudimos mostrar cómo se realizaban los cortes para la observación microscópica. Recuperamos también cartas, fotografías, cuadernos de campo, diagramas, esquemas y apuntes del natural.
Hoy todo ese material es el alma de un viaje apasionante que, a través del libro The Art of Transforming Science, nos acerca a la vida y a la obra de Salvador Gil Vernet, un anatomista y urólogo excepcional.